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ESTILOS

Lo grande de ser maestro

Es bastante difícil que alguien olvide la primera maestra(o) que tuvo en la vida, quien nos enseñó las letras, los números, nos habló de José Martí; aquella persona que por azar fue abriendo poco a poco las puertas de la curiosidad y del conocimiento.

Hoy voy a hablarles del maestro, ese ser que merece y a veces no recibe todo el reconocimiento social y moral que se le debe, ese profesional, que con la disciplina como antesala, se dispone cada día a escalar dificultades y es capaz de llegar al aula con la mejor de sus sonrisas y el carácter alegre.

Y fíjense que hablo del maestro. Maestro es una profesión que puede estudiarse para adquirir los conocimientos necesarios, pero en realidad Maestro se nace.

Sino cómo justificar esas personas que dedicaron sus vidas al magisterio y que como formación vocacional recuerdan sus juegos de la infancia en que repetían las lecciones a muñecas o a objetos inanimados.

Un maestro encierra en sí una liga imprescindible de exigencia y amor, son dos cosas que debe llevar a la par, ni mucho de una y poco de la otra, las dos en equilibrio y en su justa medida.

Saber cuándo requerir o dar una caricia, llenar las lecciones y los números de esa sabia experiencia, que no tiene que ser dada por el tiempo, sino por el amor a la profesión, por el discernimiento para tratar las individualidades de sus alumnos.

Aún recuerdo una historia que alguien me hizo de su Maestro, uno de los con mayúscula, trabajador de una escuelita  de campo, que al tener una alumna sin zapatos, tenía como ritual que todos, hasta él,  entraran al aula descalzos. Así de forma sencilla este hombre lograba que sus niños fueran iguales.

En esta profesión se puede hacer mucho bien, pero también mucho mal; bajo las manos de los educadores está el futuro de un país, de ellos depende la formación de valores y principios que acompañarán a las generaciones actuales y venideras. Son como sembradores de enseñanzas, de frutos que a la larga se recogerán. Si la semilla es buena… si no…

El respeto por los símbolos patrios, el amor por la tierra en que se nace, por los mártires que hicieron la historia son requisitos que un buen maestro trasmite año tras año a ese séquito que lo acompaña durantes meses: sus alumnos.

Estos últimos son, a largo y mediano plazo, el reflejo de la persona que está frente al aula.

Si tenemos un buen arsenal de abogados, médicos, periodistas, economistas, científicos… es porque hubo quien los formara, y esto es un reconocimiento para todos los que abracen el magisterio. No hay una persona más importante en la sociedad.

El maestro cubano, desde aquellos adolescentes que fueron a la campaña de alfabetización, y las demás batallas como  los primeros integrantes del contingente Manuel Ascunce Doménech, y otras, se ha caracterizado por su espíritu de entrega, por su abnegación y por el desinterés hacia las cosas materiales.

Fieles a las ideas de Rafael María de Mendive, José de la Luz y Caballero, José Martí y de Fidel no forman parte de un gremio que se dedica a pedir o a exigir cuestiones materiales, sino que más bien conforman su mundo en la superación profesional, en la investigación y en los valores espirituales que le puedan reportar sus aportes de tantos años.

Ver a sus alumnos ya profesionales, encontrárselos en la calle, disfrutar de su obra,  es el mejor galardón que le pueden dar a un maestro, y si tiene dudas pregúntele a uno y no se dedique solo a escuchar, sino además a escudriñar en su rostro, entonces obtendrá la respuesta que miles  de palabras no le pueden proporcionar, porque como dijera Simón Bolívar: “El objeto más noble que puede ocupar el hombre es ilustrar a sus semejantes”.

 

 

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