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ESTILOS

El magisterio en el corazón

El magisterio en el corazón

Por: Ana María Sabat González

 

El hombre es la imagen de la contemplación y la sabiduría, en su rostro y gestualidad se observa el afán guiador y de  protección,  mientras, el niño, aunque no sumiso, sí es el vivo  retrato de la docilidad y obediencia,  de la  forma lista para moldear y la inocencia apta para recibir realidades.

Esta es la leyenda que a simple vista se capta ante el monumento  Al maestro, erigido por el escultor Víctor de los Ríos, una obra realizada en granito y en piedra caliza de Granada de color crema, inaugurado el 29 de noviembre de 1965 y situado en el Parque del Oeste de Madrid en España.

El dueto conforma una alianza única, en la que ambos, maestro y alumno,  como en la realidad, se complementan, y no existe uno sin el otro, en el que cada cual a su manera está listo para enseñar y aprender a la vez, para unidos transitar un período en el que sus conciencias se generan y regeneran. Para uno será como probar por primera vez el café en la madrugada mañana, para el otro  volver a saborear el sorbo, este como si fuera el último.

Es imposible mirar la obra escultórica sin pensar en cada hombre y mujer,  que eligieron para sus vidas el camino de enseñar, y me refiero, a los que de corazón escogieron la senda. Los que cada día marchan al trabajo y aunque dejen atrás miles de problemas, solo tienen ojos y oídos para sus pupilos, los que saben ver en esos seres detrás de pupitres su obra, también escultórica, y que poco a poco ellos le darán forma.

Como espejo en el que se revierte la imagen, el educador, minutico a minutico forja  algún rasgo de la personalidad y el carácter de sus estudiantes, hoy la modestia, después la seguridad, el amor por los demás, la perseverancia, la honradez, pero lo cierto es que como tierra lista para la simiente, así es el campo en el que siembran.

Por eso es tan importante que un pedagogo lo sea de verdad, que vaya al aula a darlo todo, que no se contente con enseñarle a los alumnos que dos más dos son cuatro porque lo dice la matemática, o los diptongos e hiatos, y miles de conocimientos, porque los niños y jóvenes necesitan mucho más que eso.

Recuerdo un día, cómo un adolescente al que para nada le gusta la escuela, llegó con alegría a su casa y le manifestó a la madre, que ahora si tenía un  maestro, su profesor de Geografía le hacía la asignatura más linda, los llevaba en sus clases a pasear imaginariamente por diferentes lugares y a través de juegos didácticos les enseñaba los nombres más inverosímiles de los accidentes geográficos, pero lo más importante, es la seguridad que le dio a los que no eran buenos en la asignatura, tanto que todos se sintieron importantes y dispuestos a aprender.

Historias hay muchas, como aquella que contaba mi abuela, del que para evitar que los niños que iban al aula descalzos se sintieran inferiores, dispuso que todos, incluido él, se quitaran los zapatos y así estaban parejos. Hace falta que este ejemplo lo sigan los educadores hoy, tiempos en que hasta en las meriendas escolares,  que traen los pequeños desde sus casas,  se marcan diferencias.

Al maestro verdadero nada lo puede comprar, no hay cosa más sagrada para él que los valores y los sentimientos, porque esas son sus principales herramientas, como el abono que cada día riegan a sus cultivos, en espera de ver la cosecha.

Disfrutan y gozan cuando ven sus frutos, nunca se me olvidará la cara de alegría y satisfacción de Yudelkis, una maestra de prescolar , que ante los pequeños logros de uno de sus alumnos al que ella tuvo que aplicar lo que se llama diferencias individuales.

Y es como si parieran con cada conquista de sus pupilos,  es una sensación de la que solo sabe y conocen los que llevan el magisterio en el corazón.

 

 

 

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