Marcas cavernícolas
Yanisley y Yunior se aman para siempre. Este mensaje inscrito en las paredes de uno de los medios de transporte, lejos de ser una señal de perpetuidad, muestra una falta de sensibilidad, educación, y de responsabilidad para cuidar los bienes comunes de la sociedad.
Lejos en el tiempo quedó la necesidad del hombre de plasmar su paso por la vida de la forma más arcaica posible, y la facultad actual de algunos de plasmar sus nombres (u otras cosas) en cualquier pared, mueble e inmueble, no constituyen una obra de arte, y mucho menos una muestra de educación.
Por supuesto, existen muchas formas más de maltratar lo que el Estado cubano pone en nuestras manos, pero si las personas que lo hacen pensaran un poquito en las consecuencias de sus actos, tal vez se abstuvieran.
A veces somos testigos de cómo se repara o se hace una construcción, ya sea un centro de recreación, educacional, de salud, cultural, y después vemos cómo individuos inescrupulosos contribuyen a su rápido deterioro.
"Lo que se gastó no es de mi bolsillo", pensarán algunos, pero se equivocan. Cada centavo que invierte el Estado, en cualquiera de las obras que se hacen, es el resultado del trabajo honrado de la mayoría de los cubanos, que se revierte también en medios de transporte, cafeterías, reparación de policlínicos, hospitales, escuelas... por eso tenemos que ser responsables, porque no es un secreto para nadie que si no cuidamos, jamás podremos alcanzar el desarrollo a que aspiramos.
A veces observamos sin alterarnos cómo alguien de forma impune apoya el pie en una pared recién pintada, raya un mueble, sustrae algún artículo, entre otros ejemplos. En ese caso somos también culpables porque no enfrentamos lo mal hecho.
Sabido es que cada año en Pinar del Río se reaniman consejos populares, entre ellos el Hermanos Cruz, el de La Coloma, el Raúl Sánchez, y aunque de forma general las personas cuidan, no siempre es así, y conocemos que existen quienes amarran sus animales en las plantas ornamentales, o destrozan una acera o ensucian paredes.
Tampoco podemos sentarnos a esperar por la conciencia de quienes la perdieron o nunca la tuvieron, y se hace necesario intensificar el enfrentamiento a esas personas que transgreden las normas.
Los pinareños recordamos que hubo un tiempo en el que los habitantes de esta ciudad se cuidaban más de pisar un césped, subirse a un banco de un parque.
Entonces cabría preguntar ¿por qué hoy reina la indisciplina en ese sentido? ¿Qué pasó con la sistemati-cidad del trabajo de los inspectores a la hora de aplicar medidas que frenen o mitiguen el desorden? La exigencia y la disciplina fortalecen la sociedad.
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