Respeto a la antigua
Una anciana nos comentaba que el respeto se lo gana el hombre con su proceder en la vida, pero… ¿es esta afirmación del todo cierta?
Si lo miramos desde el punto de vista de la consideración obtenida por los actos que uno realiza y por la forma de pensar de cada individuo, puede que tenga razón la abuela.
Un hombre que va por los caminos de la vida con la premisa de respetar para que lo respeten, en la mayoría de los casos encontrará la reciprocidad esperada.
Sin embargo no siempre una persona puede hacer gala de quién es, cómo piensa, qué hace, cuál es su forma de ver las cosas y otras cualidades, principios y virtudes que caracterizan la personalidad de cada cual y que constituyen elementos imprescindibles para demostrar su valía como ser humano.
No siempre nos encontramos a quienes optan por la consideración al prójimo.
Es en estas ocasiones cuando el irrespeto se puede imponer por sí solo en muchas esferas de la vida y el individuo llega a preguntarse ¿esto es lo que merezco?
Sin importar edad, sexo, credo, lugar de nacimiento o raza, los hombres nacen con determinados derechos, y muchos de ellos, llevan de forma implícita el reconocimiento a los intereses y sentimientos de cada representante del género humano.
El respeto lleva en sí no solo la deferencia con cada persona, su aceptación como ser individual, sino la obligación de los integrantes de la sociedad de entender que los demás se merecen lo mejor y para ello cada quien debe aportar su parte.
Bien aplicable es el viejo refrán: “no hagas a otro, lo que no te agrada a ti”.
De estas reflexiones se deduce que todos tenemos derecho a que se considere nuestra forma de pensar y se nos trate de manera correcta en todos los aspectos.
No obstante estas valoraciones, nos podríamos preguntar dónde quedan palabras extraordinarias como aprecio, cortesía y tolerancia en muchos casos en los que sobrevive la incomprensión, el egoísmo y el maltrato. ¿Acaso la palabra respeto existe siempre y cuando nadie nos afecte directamente?
Tan solo hace unos días fuimos testigos de cómo un cliente tuvo que pagar 15 pesos por un platillo -un poco más grande que el de los juegos de tazas para café-, que rompió por accidente en la unidad gastronómica El Fruticuba de la ciudad pinareña.
La vergüenza de este compañero que delante de todos los demás usuarios tuvo que costear “tamaño delito” la hicimos nuestra, porque sencillamente el respeto a la dignidad ajena es de vital importancia.
Se nos falta a lo que merecemos cuando no somos tratados de forma pundonorosa, con cuidado y distinción.
Una colega y otros lectores comentaban que en la ciudad pinareña se ha perdido algo muy grande: la reverencia.
Antiguamente se llegaba a un restaurante, teatro, tienda o cualquier establecimiento y se era recibido de forma respetuosa, no faltaba el saludo y el agradecimiento por preferir ese lugar. Ahora lo que predomina es el criterio de que el visita o escoge tiene que mostrarse gratificado porque haya personas que trabajen en ese sitio.
Hace tiempo este periódico se refirió a unos porteros de las tiendas Panamericana y la Mía, porque eran una excepción dentro de la regla. Saludaban a los visitantes de forma cortés y amable, y solo este hecho hacía que los clientes prefirieran esos mercados comerciales. Eso además de educación se llama profesionalidad.
Tal vez los trabajadores de los centros que brindan servicios a la población piensen que ellos también tienen derecho a ser respetados y llevan razón; solo debemos sacar una cuenta: no hay una esfera de la sociedad de la cual no necesitemos, aunque a veces servimos y otras nos sirven.
Esta es solo una arista social en la que debemos mejorar y que no equipara ni mucho menos lo que contiene semánticamente el término respeto; esta palabra va mucho más allá e implica comprensión, la valoración individual propia y sobre todo ponerse en el lugar del otro, del que está en la acera del frente, solo así podemos ser tolerantes y justos.
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