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ESTILOS

Orden y disciplina van de la mano

Si preguntamos a varias personas qué entienden por indisciplina social, a cada una les vendrá a la mente determinadas situaciones que han presenciado o sencillamente escuchado.

Sin tener en cuenta qué dicen los manuales especializados acerca del tema, una indisciplina pasa a ser de índole social cuando afecta a otras personas o a una comunidad y precisamente la tranquilidad y la ecuanimidad de una ciudad, chica o grande, dependen en gran medida del cuidado y control que se tenga sobre los ciudadanos en este sentido.

El resquebrajamiento de la disciplina en la sociedad conlleva a males mayores, por eso es preocupante cómo a algunos les es tan fácil colapsar las normas de lo correcto y violentar así el derecho de los demás a una armonía individual y social.

Ya es tan normal ir por las calles y escuchar malas palabras, gritos, improperios y discusiones que tal vez para muchos estas manifestaciones no constituyan señales de indisciplina, pero basta con transgredir el orden o molestar a los demás y ya el hecho está consumado.

Un radio o una grabadora a toda voz, como si los vecinos estuvieran obligados a escuchar la música o la bulla que los demás deseen, constituye una falta de respeto, y por desgracia son acontecimientos que se dan más de lo normal en nuestras comunidades. ¿Será que la consideración de antaño, el proceder habitual de nuestros abuelos es extemporáneo?
Otros manifiestan su indisciplina al botar la basura en lugares inapropiados, donde más cómodo les resulte, incluso por ironías de la vida a veces al lado de contenedores vacíos, sólo por el hecho de no pasar el trabajo de destaparlos.

El maltrato al bien público como teléfonos, construcciones y ómnibus es otra tendencia a la anarquía, da vergüenza que haya personas que rompan, escriban o dañen los aparatos telefónicos públicos, primero por lo útil que son en su función social, y segundo, por el gasto que hace el país para repararlos o reponerlos.

Lo de las guaguas tampoco es de aplaudir, hay quienes hacen dibujos al estilo del hombre primitivo y se comportan como verdaderos neanderthales, sólo que aquellos le daban a sus pinturas rupestres en las cavernas un valor mágico; los de ahora tratan de dejar una huella y con ella de reafirmar algo de lo cual carecen, de una autoestima equilibrada.

No somos psicólogos o sociólogos para hacer un análisis de las causas de estas manifestaciones que se han hecho más comunes en los últimos años, pero sí sabemos que en nuestra sociedad existe el engranaje para eliminarlas de raíz.

No pensamos que sea un problema de educación, ni de cultura, hasta en la enseñaza preescolar un niño aprende que los bancos de los parques, las paredes de los teatros, de los cines y demás bienes del pueblo hay que cuidarlos.

Por tal motivo se hace necesario aplicar todos los mecanismos que tenemos creados, porque andar sin camisa en plena calle, en bicicleta por la acera o una mala respuesta en cualquier centro de servicio constituyen acciones que azotan o fustigan la tranquilidad de este pueblo.

Acabar con estas manifestaciones de indisciplinas no sólo les corresponde a los órganos policiales, sino a un grupo de organismos e instituciones que de forma profiláctica pueden contribuir a evitarlas, y por tanto es tarea permanente combatirlas, pero no con la desidia y la dejadez que deja la falsa impresión de que todo está bien o no hay nada que hacer.

Hace sólo unos días una señora nos comentaba que iba por la calle y un grupo de hombres -no jóvenes- conversaban y en el momento que ella pasaba dijeron unas palabrotas, que la vergüenza que sintió fue indescriptible.

Imaginemos a nuestras madres, hermanas, abuelas e hijas en tal situación. ¿Repudiable no?
Indiscutiblemente no es cuestión de juego el tema que nos ocupa; el orden y la disciplina son dos elementos imprescindibles a la hora de construir una sociedad lo más justa posible.

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